Ayer sábado el presidente Andrés Manuel López Obrador estuvo en Sinaloa, epicentro de la tensión actual con Estados Unidos por el arresto de Ismael Zambada. Fue un evento cerrado, con público de acceso controlado y López Obrador aterrizó en una base militar.
Quienes conversaron con el presidente lo encontraron molesto con la sintonía que existe entre lo que dijo el embajador Ken Salazar el viernes y la carta de Zambada del sábado. El diplomático despegó a su gobierno y el capo, que tantas cosas dijo en su texto, no dijo quienes se lo llevaron a la fuerza desde el Pacífico hasta un aeropuerto de Texas.
En la óptica de López Obrador, mientras Washington extiende su silencio sobre lo sucedido el 25 de julio, la situación mexicana es más incómoda porque expone al gobierno a un escenario de guerra entre los cárteles de la droga con consecuencias nefastas para la población civil.
A esto se agrega la trifulca política de apuntar al gobernador sinaloense Roben Rocha, un aliado del presidente desde finales de los años 90 en una geografía política muy compleja como siempre ha sido la entidad del Pacífico.
La teoría de un secuestro entre facciones del Cártel de Sinaloa expone al Gobierno frente a otros grupos criminales porque en ese mundo no se asume un movimiento de tal calibre sin el aval del poder político. Al otro lado de la frontera, Joe Biden festeja su éxito en la guerra contra el fentanilo de cara a la segunda audiencia que tendrá Zambada, ahora en una corte de Nueva York.
En esa lógica de que la política interna está por encima de cualquier cuestión bilateral, López Obrador ya habla de un movimiento de alta densidad: reconocer a Nicolás Maduro una vez que el máximo tribunal venezolano diga que la elección, a todas luces fraudulenta, fue legal.
Ya hubo un primer aviso esta semana cuando se invitó a Vladimir Putin a la toma de protesta de Claudia Sheinbaum y se avisó también que no sería detenido si decidiera venir a la CDMX.
Sería un golpe a la mediación que encabeza Lula Da Silva y con efecto expandido porque, en estos momentos, Gustavo Petro estaría más cerca de López Obrador que de Brasilia.
En Estados Unidos este escenario está muy presente y por eso no sorprende la primicia de The Wall Street Journal. El matutino revela que Biden le ofrecería a Maduro una vía de escape a cambio de que este reconozca el triunfo de Edmundo González.
El giro de López Obrador le quitaría mucho margen de maniobra a la Casa Blanca que juega a lo contrario: que López Obrador, a través de Cuba, y Lula generen la salida pacífica del chavismo.
El problema para este cálculo es que López Obrador siempre ha utilizado la política externa para fidelizar a su base política. Así se entienden los apoyos permanentes Cuba, la continuidad de la relación con Rusia, los agravios al gobierno español y ahora, en esa misma trayectoria, la tentación cada vez mas recurrente de aceptar lo que digan los jueces venezolanos.
Fuente: Grupo Es Noticia