Columna de opinión de Jorge Luna
“En la Independencia se luchó por abolir la esclavitud y alcanzar la soberanía nacional. En la Reforma por el predominio del poder civil y la restauración de la República. En la Revolución lucharon por la justicia y la democracia. Ahora, nosotros queremos convertir la honestidad y la fraternidad en forma de vida y de gobierno”
AMLO 2018, durante su toma de protesta como Presidente de la República.
En el México actual, al político se le ha asociado inequívocamente con la corrupción. No es extraño que al escuchar la palabra político, pensemos automáticamente en corrupción. Y es que desde hace algunas décadas, ésta ha permeado a tal nivel en la política mexicana que resulta casi imposible disociar una palabra de la otra.
Similar fenómeno ocurre con la impunidad. Para 2018, de acuerdo a una serie de encuestas realizadas por Reforma, el 58.5% de los mexicanos identificaron a la corrupción como el segundo de los principales problemas de México, tan solo por detrás de la inseguridad, y se encontró que el 99% de los actos de corrupción no tienen consecuencias. En el mismo sentido, el 67% de la población consideró que el lugar donde hay más corrupción es en el gobierno y, finalmente, el 52% manifestó tener esperanzas en que ésta se redujera.
Ante estas cifras, es inobjetable la deleznable percepción ciudadana que posee el gobierno y, más específicamente, el político, entendiendo a éste como el individuo que se dedica a la política. Lo que nos hace replantearnos las cualidades que ha de poseer un quien pretenda dedicarse al noble oficio de la política o aspire a gobernar o dirigir un ente público.
Recientemente se ha insistido sobremanera y con justa causa, en la profesionalización de los servidores públicos y de los aspirantes a cargos de elección popular, así como en la vastedad de su experiencia. Sin embargo, esta acepción bien podría quedarse corta en su planteamiento y con mucho que desear en sus resultados. Sin necesidad de ir muy atrás, en la pasada administración federal tenemos claros ejemplos de funcionarios y políticos para quienes, el haber estado bien preparados, contar con méritos académicos o con la experiencia suficiente (especialidades, maestrías, doctorados; ex funcionarios de alto nivel) no fue obstáculo para que se enriquecieran a costa del erario: Narro, Videgaray, Osorio Chong y el propio Peña Nieto dan claro ejemplo de ello.
Es decir, lejos de poner sus conocimientos y experiencia al servicio de la sociedad, los utilizaron para servirse del erario y salir impunes.
Por lo que valdría la pena preguntarse si resulta suficiente contar con las capacidades técnicas y la experiencia para desempeñar un encargo o existen elementos de mayor valía jerárquicamente.
No me cabe la menor duda que es así. La experiencia nos proporciona elementos contundentes del vergonzoso papel que hasta hoy han jugado los actores políticos, quienes han reducido el noble oficio de la política a mera politiquería. Donde la intriga, la calumnia, la denostación y la persecución de intereses personales y de grupo se han sobrepuesto al bienestar común. Donde la ambición del poder por el poder y del privilegio económico de unos cuantos ha rebasado por mucho la satisfacción de las necesidades más básicas de la sociedad.
Sin embargo, hoy día la palabra honestidad, antes sepultada de todo discurso gubernamental, ha pasado a formar parte de nuestro léxico diario y se ha puesto de moda. El responsable directo de ello es el Presidente de la República Andrés Manuel López Obrador, quien a diario se empeña en concientizar de ésta y otras virtudes al pueblo de México. Se habla entonces que el Estado Mexicano necesita hombres y mujeres capaces de asumir un cargo público para el que están capacitados, pero además, que sean capaces de desempeñarlo con honestidad.
De tal suerte que no basta con la profesionalización de los servidores públicos en boga, sino que además deben otorgar garantía de su honestidad.
Surge así la necesidad de una nueva clase política cuyo requisito sine qua non sea la honestidad y la empatía con los más desprotegidos. De ahí que el primero de julio del 2018, el pueblo de México eligiera a una persona que entraña y personifica estas características. Que no se cansa de repetir a diario que el principal problema de México ha sido la corrupción y que es necesario desterrarla para siempre de la vida pública.
Es así que esta revolución pacifica, histórica y por la vía de las instituciones, que apenas el día de ayer cumplió dos años, debe ser el punto de partida del nuevo gen político que conjugue la honestidad con la profesionalización al servicio del pueblo.
Nuestro país no necesita más políticos expertos en manipular a las masas a su conveniencia. No necesita profesionales en la politiquería, en la grilla, en la intriga. Requiere, más bien, de hombres y mujeres comprometidos con el bienestar común, honestos y capaces.
Jorge Ignacio Luna Hernández
Licenciado en Derecho
Regidor Tercero de Coatepec
Maestrante en Administración Pública.
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Fuente: Es Noticia Veracruz
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